EL MALDITO VAR PROBOCA











Existen por las calles de ésta maldita ciudad, varios lugares no-lugares que he tenido el gran honor de conocer, algunos se han ido ya, otros están a punto de desaparecer –aunque pareciera que esa es la constante de estos lugares, pareciera que siempre están desapareciendo-.

Por las peligrosas calles de la Ramos Millán, a unas cuadras de la Delegación Iztacalco, se encuentra el “Var Proboca”, uno de esos no-lugares que deberían estar protegidos por alguna ley de esas que los diputados se sacan de la chistera y que queriendo hacer el mal, hacen el bien.

El Var Proboca tiene una historia de cambios y transformaciones recurrentes, debido al espíritu creador de su dueño –EL CHON-, de genio –a la Strindberg- incomprendido, que se refugia en un mundo creado por él y para él, y en el cual, además de toda la oposición y reproches de los vecinos, éste Var los acoge a todos sin distinción –sólo los de la banda de los canelos no pueden entrar, ya que tienen una pelea ancestral con la banda de los gordos, y en donde se encuentran se saludan respetuosamente a balazos-.

El lugar es pequeño, no más de 4 por 4 metros. Antes de ser el Var Proboca, fue un lugar en donde se reparaban bicicletas, después fue un lugar en donde se jugaba futbolito y maquinitas, después fue una tienda prospera que tenía una gran clientela cautiva. Y después se dio nacimiento al Var Proboca. Un amigo lo definió de la siguiente manera: Es un lugar que antes era una tienda, el dueño sacó todo lo que había allí, y después lo lleno de basura y comenzó a vender chelas.

El dueño es un artista –y es que en nuestros tiempo ¿Quién chingaos no es artista en algún sentido?-, que siempre tiene nuevas ideas para mejorar el Var, que hacerle un piso subterráneo, que ponerle una lona para que parezca café de la Condesa, que pintarlo con poemas de todo el mundo, que hacer un cinema callejero, que hacer sillas peligrosísimas con computadoras viejas –ya que el asiento es el monitor de la computadora, y siempre estas preocupado porque se vaya a romper o se te vaya a meter un virus por la coliflor- y grabar a la gente teniendo conversaciones totalmente demenciales y sin sentido con el “Señor verruguita”, que reconstruir basura para hacerla funcional a las necesidades del Var, que sembrarle cactus y muchas cosas más.

El Chon es un tio con grandes ideas, lo único que falta –según mi ortodoxa opinión- es que las termine, ya que todo en el Var, está a medio hacer, para el Chon esto es poético –aunque bien a bien, no sabe que es eso de poético-, el que las cosas aun estén por hacerse. Y en este afán de medio hacer las cosas, las mesas –que sólo son dos- están sobrepuestas, las repisas se caen a cada rato encima de los visitantes, las sillas dan toques, el baño se sigue cayendo y la caca se sigue saliendo por la parte de abajo de la taza, ya que sólo esta sobrepuesta en una letrina que tiene más de 50 años –según nos contaba la mama del Chon-.

Los visitantes de ese Var varían: policías que llegan para tomarse la chela antes de seguir sus rondines, las “teibols” que llegar todos los viernes y algunos sabados para tomarse unas chelas antes de ir a trabajar, los gordos que viven a dos casas de ése lugar, el muñeco que vende piezas robadas para coches, el verruguita que vive en la calle y sobrevive de leer las cartas y la mano –cabe mencionar que el verruguita es un señor de unos 60 años y perdió la vista hace mas de 40 años-, el cacotas –un tio que tiene la nariz destruida por todas las porquerías que se mete-, y una banda de mini emos supernacos que no saben muy bien qué onda con eso de la maldita vida –así que se la pasan moneando hasta que les caiga la divina señal de qué hacer con sus vidas-, filósofos, pintores –bueno, grafiteros-, y visitantes eventuales.

El trato es personalizado, el Chon te atiende como si fueras su “super-broder”, las chelas cuestan $7.50 si le caes bien y $10 si le caes mal, la botana va por cuenta de la casa, el Chon te invita sopas maruchan, papas o tacos, y no le importa mucho eso de la ganancia, ya que en ocasiones no cobra. Me ha pasado algunas veces que llega tanta banda que se terminan las chelas a la mitad de la fiesta –ya que el Chon no compra más de 3 cartones por día- y el dueño termina comprándoselas a su hermana que tiene una tienda al lado del Var Proboca, y si ésta no le quiere vender, pues el Chon manda a alguien para comprarlas en otra tienda, o simplemente deja abierto para aquellos que quieran llegar con sus tragos a pasarla bien durante un momento.

También se hacen concursos absolutamente ridículos, aunque en ese momento das tu vida por ganar. Los concursos van desde romperse las camisetas, saltar un montón de basura, tomarte una caguama de un trago, escupir lo más lejos que puedas, echar gritos rancheros, destapar chelas con utensilios diversos, entre otros.

El Var Proboca es otro de esos no-lugares obligado, para aquellos que busquen sentirse mejor con su miserable existencia, ya que aquí te encuentras gente que te fijas como referencia de lo que no quieres llegar a ser, y entonces llegas a tu casa con más fuerzas y más convencido para arreglar tu vida –también llegas muy borracho-, aunque esa transformación sólo te dure hasta el otro día, cuando te despiertas con una cruda de miedo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

.....