IN MEMORIAM DEL MALDITO Y GRAN “HORRORIS BAR”











El Horroris Bar fue un lugar no-lugar como pocos. Tal vez hayan escuchado hablar de un no-lugar, es decir, un lugar que social, política, económica, artística o culturalmente, no sea considerado como un lugar en el cual la gente pueda estar y asistir conscientemente para platicar o convivir, como sí se puede estar en la plaza pública, en un café, en un salón de clases, en una banca en un parque, en la casa propia. Sin embargo, hay otros lugares, o mejor dicho, otros no-lugares, tales como un poste de luz, un bote de basura, una cloaca atascada de cucarachas, una calle oscura llena de maleantes y prostitutas.


Pues bien, el Horroris Bar era todo esto y más, era un bote de basura, una cloaca atascada de cucarachas en una calle llena de maleantes y prostitutas, pero además era un lugar al cual se asistía conscientemente a tomar unos tragos, platicar con los amigos, ser asediados por las muchachonas que trabajaban en este Bar, y a ser asaltados por el Charly en turno –el mesero- .

El Horroris Bar se encontraba en la calle de Dolores, exactamente a una calle del Barrio Chino de la Ciudad de México, tenía un letrero en la entrada que mostraba su verdadero nombre: El Salón Orizaba. Aunque: Horroris Bar ejemplificaba de mejor manera lo que allí ocurría.


No era un lugar muy grande, de ancho tenía unos 8 metros y de fondo unos 20, tenía un segundo piso que era la zona VIP, de unos 4 por 4 metros. En la planta baja, la parte izquierda del bar estaba ocupada por una barra de cochambre, parecía que debajo de toda esa mugre en donde se preparaba la comida –ya que era una cantina-bar-putero, como las de antaño- verdaderamente había una barra de madera tapizada de estampitas recolectadas por siglos de arduo trabajo, con una cosa de esas de fierro para subir los pies mientras se estaba sentado en los bancos a punto del colapso, en tanto que se veía la pequeña televisión de unas 20 pulgadas o se escuchaba música en la Rockola que parecía lo único que sí funcionaba en ese lugar. Del lado derecho del bar, se encontraba la zona de las mesas, que más bien parecían bancotas de primaria, en donde podrían caber hasta tres personas de una rodada descante en cada banca. Del mismo lado, y al fondo del lugar se encontraban las escaleras que subían al segundo piso; éste era un lugar pequeño pero con un poder catártico único, estaba lleno de mesas y sillas de todos los estilos, barroco, neo-clásico, postmodernista, y algún otro estilo que por su novedad pasara desapercibido para una visión poco entrenada en estas cuestiones, y ésta lo considerada como un simple montón de basura; era un lugar con un decorado informativo-místico-satánico-futbolero, te podías enterar que la tal Martha era una pendeja, que la seguridad somos todos, que el hombre es un animal político, que los okupas son la neta, que ojalá se muriera el presidente, que el pinches Pumas perdieron con el Atlante, así como maldiciones y hechizos vudú. Del segundo piso se veía casi todo lo que pasaba abajo, también se podían pedir las chelas con un simple: Chaaarlyyy Dooosss Cheeelas.


Al fondo de la planta baja y del lado izquierdo –esto merece una mención especial-, se encontraba el baño, el lugar no-lugar más horroroso que he conocido, el Horroris Bar, no, mejor dicho, la calle del Horroris Bar olía al baño del Horroris Bar. Un olor rancio, añejado por años de inmundicias de tipos y señitos de la más baja higiene, aunque buenas personas en el fondo, muy en el fondo. Era un lugar no-lugar de unos 2 metros por 3 metros, en la entrada no había puerta, inmediatamente del lado izquierdo del baño había dos puertas medio destruidas, ninguna cerraba, y tenían que ser agarradas por aquel que quisiera usar ese baño, dentro de estos cajones en donde estaban las tasas de baño más inverosímilmente cochinas y mal olientes, no cabía un hombre ni una mujer de estatura promedio en posición de defecación, así que tenían que estar medio parados o medio en cuclillas y a la vez, agarrar la puerta para que no te vieran, había señitos que –cabe mencionar que todas ellas usaban forzosamente esos baños- renunciaban a agarrar la puerta, así que cuando pasabas por allí para llegar al meadero, ya que éste se encontraba al fondo del cuarto del baño, pues pasabas rápido, medio agachado, como no queriendo ver o como haciéndote muy guey, como en la casa de los sustos de Chapultepec, para que no te fuera a llevar el mostro. El meadero era una asquerosidad, antes de entrar allí, tenías que hacer ejercicios de hiperventilación para aguantar la respiración, el susto y la agitación, hasta salir del baño.


Cuando pedías una Caguama, el Charly en turno te la llevaba junto con unos vasos, unos limones y un salero sin sal. Los vasos estaban más sucios que las caguamas, así que normalmente evitabas usarlos. Las Caguamas tenían una consistencia viscosa –no el líquido, sino la botella-, así que tenías que limpiarla durante media hora antes de poder tomarla, la tercera, la cuarta, la quinta caguama, ya te la tomabas hasta en el vaso.


Los asistentes, sin duda era lo mejor, te podías encontrar comerciantes del eje Central; cargadores de la Central de Abastos o de la Merced; funcionarios de la Secretaría de Gobernación; reporteros del periódico El Universal; maestros y estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; vendedores de celulares; rateros; gente de la misma colonia; padrotes; prostitutas; ficheras; niños que vendían dulces, flores o cigarros; franceses mamones y mala-copas; un señor que vendía sombreros y hebillas; otro que vendía pistaches, cacahuates y habas; así como visitantes eventuales.


Los mejores días para visitar el Horroris Bar, era el viernes y el sábado, si bien no se llenaba, el ambiente era como familiar –bueno, no de mi familia, pero si conozco algunas que bien podrían ser: familias Horroris-. Desde la entrada podías ver que las señitos no sólo cumplían con el papel de acompañante, también bailaban por 5 pesitos la ficha, la cual incluía 3 canciones; les podías dar unos besos y de vez en cuando podías meter mano. Había otras señitos más especializadas, que te ofrecían servicios, tales como mamadas, rusas o cogidas en cualquiera de sus variantes.


Recuerdo un encuentro que mi amigo el Chon –dueño del Var Proboca, del cual hablaremos próximamente- sostuvo con Doña Elvira, la cual, después de unos cinco vasos de cerveza que le invitó Chon, le dijo:


D.E.- Mira mi chichis
Puso sus dos senos sobre la mesa, eran horrorosos.
Chon.- Sí, están bien, todavía aguantan.
D.E.- Hay chiquito, yo soy la mejor mamadora del mundo y te cobro barato.
Chon.- mmmm. Sí, supongo que para eso se necesita mucha experiencia, pero no traigo mucho dinero.
D.E.- ¿Cuánto traes?
Chon nos pidió que nos fuéramos, porque ya era tarde y al otro día tenía que trabajar, para mí que le dio miedo.


Todas las señitos que trabajaban en ese lugar, tenían más de 50 años, era una especie de refugio para las señitos que ya no querían en el Bombay, en el Dos Naciones o en el Gato Verde. A su favor estaba toda la experiencia acumulada por años de trabajo honesto, eran las mejores amigas que podías tener en ese momento, te comprendían, te daban consejos y te contaban cosas de sus vidas, como el número de hijos que tienen, cuantos nietos, cuantas veces se divorciaron, cuantas veces las metieron a la cárcel, entre otras cosas que te hacían pensar que tu vida no es tan miserable como pensabas.


En fin, todo esto hacía del Horroris Bar, un maldito lugar no-lugar, que era obligado visitar para aquellos que buscan vórtices en el tiempo o en el espacio, donde quepa lo inverosímil, lo raro, lo excepcional, lo horroroso, lo maldito, lo indecible, lo increíble, y aún así, te sientas tranquilo y aceptado, seas como seas y vengas de donde vengas.



..........SIEMPRE TE RECORDAREMOS, MALDITO LUGAR NO-LUGAR, MALDITO HORRORIS BAR..........

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